COLECCIONES

Franz Mayer: coleccionista visionario

La historia del coleccionismo en México, desde la época precolombina hasta nuestros días, está salpicada de hombres y mujeres que, llegados de otras tierras, se dejaron seducir por su riqueza artística. En el siglo XIX, el ejemplo más notable de este enamoramiento mexicano lo constituye la figura de Franz Gabriel Mayer Traumann. Su inclinación por el coleccionismo y su sed de conocimiento lo impulsaron a emplear buena parte de su fortuna para reunir numerosos objetos de arte, como sucedió en el siglo XVII en las llamadas por Julios von Schlosser Colecciones de arte y maravillas. Esta afición lo hará valorar, por igual, tanto la pintura y la escultura como los objetos cotidianos, despreciados durante décadas bajo el calificativo despectivo de “artes menores”.

Con el paso de los años y -gracias en gran medida a este tipo de coleccionistas-, la expresión peyorativa de artes menores cayó en desuso. La calidad de estos objetos de uso cotidiano aunada a un estudio científico - artístico han logrado que hoy sean valoradas como artes decorativas o aplicadas sin ninguna connotación despectiva. Mayer supo encontrar en este tipo de objetos la esencia de la historia pasada. Las artes decorativas muestran otros aspectos de los grandes acontecimientos históricos y artísticos en cada período. Ellas se constituyen en testigos silenciosos del quehacer cotidiano, aportando a la gran historia, esa otra historia íntima y privada, fundamental para el conocimiento profundo de tiempos pasados.

En su casa de las Lomas de Chapultepec, Don Pancho, como le llamaban, pasaba horas admirando sus recientes adquisiciones. La ubicación de los objetos, en las diversas habitaciones atestadas de piezas no correspondía a ningún criterio curatorial, museográfico o museístico premeditado pudiendo colocar un jarrón de loza china del siglo XVIII, sobre un escritorio catalán del XVI; o un dibujo de Diego Rivera al lado de un lienzo de Zurbarán. Gonzalo Obregón realizó en 1953 la primera catalogación de la colección, y las fotografías realizadas por el anticuario mexicano demuestran como el eclecticismo será una constante en esta colección.

Hombre astuto y brillante en los negocios bursátiles, sabía desde muy temprana edad, que la curiosidad es la fuente del conocimiento y se abocó a ella a través del coleccionismo, apasionándose por las artes decorativas mexicanas, de las que recuperó valiosas piezas que se encontraban en el extranjero. Sus raíces europeas lo llevaron a apreciar por igual objetos holandeses, ingleses, italianos, españoles y alemanes, junto a los novohispanos, asiáticos y mexicanos de diversas centurias.

Con notable ojo y delicado olfato, Franz Mayer fue asiduo comprador de chachareros, anticuarios y casas de subastas. Para ello contaba -como revelan las notas de compra y facturas que se conservan- con múltiples agentes que le informaban de los objetos que aparecían en los diversos mercados nacionales y extranjeros. Así, por ejemplo, sabemos que Emil Hirsh era su agente en Londres y Hellmuth Wallach lo era en Nueva York. En México José Samaniego, entre otros muchos, será quien le proveerá de piezas excepcionales a partir de 1943.

El archivo del Museo revela otros muchos datos, como los encargos que realizaba a las diferentes casas subastadoras extranjeras, como por ejemplo ediciones especiales de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. La abundante documentación muestra cómo solicitaba libros de arte (a las casas Cambridge Books en Gran Bretaña o Bretano`s en Nueva York) y revistas especializadas como The Connoisseur, desde la década de los treinta, para adentrarse en los diversos géneros artísticos.

Su inquietud por aprender sobre las obras de arte que iba adquiriendo o que pensaba comprar, queda reflejada en la correspondencia que mantenía con destacados especialistas de museos como el Victoria and Albert Museum en Londres, la Hispanic Society de Nueva York o el Museo de Arte Antiguo de Lisboa. De igual forma mantenía una copiosa y fluida comunicación con numerosos coleccionistas y galeristas, entre los cuales figura Manuel Toussaint, gran experto en arte mexicano.

Pero no sólo los archivos contribuyen al profundo conocimiento del origen de tan excepcional colección. En mis diversas investigaciones he podido constatar la procedencia de varias piezas del Museo a través de las fotografías que realizó Théophile Gendrop (1854-1932), anticuario francés radicado en México, de las mercancías que almacenaba para su venta. Este álbum, propiedad de don Guillermo Tovar de Teresa, fue publicado, parcialmente, en el libro El Coleccionismo en México, escrito por Miguel Ángel Fernández, siendo un rarísimo ejemplo de los géneros que se comercializaban por aquel entonces y que satisfacían el refinado gusto de este singular hombre que marcó un hito en la historia del coleccionismo mexicano.

El amor y la pasión que sentía por México y por la colección que estaba formando lo llevaron a prever hasta los más mínimos detalles en el momento de su muerte. Como hombre visionario y futurista desde 1950 concibió la idea de legar todo su patrimonio al país que lo adoptó mediante la creación de un museo que llevara su nombre. Esta idea se materializó en 1962, cuando constituye el Fideicomiso Cultural Franz Mayer, en virtud del cual el Banco de México, en el momento de morir, se haría cargo de ese legado. Su fortuna serviría para administrar el Museo, estableciendo como objetivos primordiales la creación de una biblioteca, la exposición de sus colecciones y la realización de cursos, conferencias y exposiciones temporales. Para dar seguimiento a su voluntad, entre sus amigos y allegados seleccionó a los hombres y mujeres que conformaron el primer  Patronato.

En 1975, le sobrevino la muerte cuando contaba con 93 años y el Banco de México se dio a la tarea de encontrar el recinto idóneo en el que se materializara el sueño de este alemán de nacimiento y mexicano por puro amor. Para 1979, se solicitó al Gobierno el inmueble del antiguo Hospital Morelos. La concesión del edificio se demoró unos años, otorgándose por un período de 99 años renovables.

Este sobrio recinto, de singular belleza, cuenta con una larga historia salpicada de anécdotas y no menos vicisitudes. Desde el siglo XVI existió en este espacio, sobre la vieja calzada de Tlacopan (hoy avenida Hidalgo, en el centro histórico), una alhóndiga para el peso de la harina. En 1582, don Pedro López, primer médico doctorado por la Real Universidad de México (apodado el Padre de los Pobres), creó en este inmueble el Hospital de los Desamparados para la atención de pobres -negros, mulatos, españoles y criollos- y de todos aquellos que en situación de desamparo requerían de atención médica. A la muerte de su fundador diferentes órdenes religiosas se encargaron del hospital. Los dominicos fueron los primeros, siguiéndoles los Hermanos de la Orden de San Juan de Dios. Las Cortes de Cádiz suprimen las órdenes hospitalarias y por ellos los juaninos lo abandonan, quedando en completo olvido.

El inmueble, además de las constantes alteraciones que padeció de la mano del hombre,  sufrió un tremendo incendio en 1766, y el  terremoto de 1800 destruyó gran parte del conjunto arquitectónico. Tras años de abandono, en 1930 las religiosas de la Enseñanza de Indias acondicionaron el espacio como colegio, administrado posteriormente por las Hermanas de la Caridad. En 1865, el edificio retomaría sus orígenes hospitalarios, dedicado a la atención de prostitutas, por orden del emperador Maximiliano de Habsburgo. Tras la caída del imperio pasó a llamarse Hospital Morelos; y ya en el siglo XX, durante las olimpiadas, fue transformado en mercado y centro expositivo artesanal.

Muchos han sido los cambios en la traza original del recinto, pero su sobria arquitectura lo llevó a ser declarado Patrimonio Nacional en 1937. La Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas en 1981, cedió su ocupación al Fideicomiso Franz Mayer e inmediatamente comenzaron los trabajos de restauración, reestructuración y adaptación. El 17 de junio de 1986, día de la inauguración del Museo, el pueblo de México pudo admirar tan generoso legado.

Con los años, el Museo Franz Mayer incorporó el subtítulo de Artes Decorativas, convirtiéndose en el recinto predilecto de propios y extraños. En la actualidad esta conocida y prestigiada institución encara nuevos retos como Museo dedicado al Arte y al Diseño. Entre ellos los más importantes son la renovación del guión curatorial, la investigación de sus colecciones y la renovación museográfica de las salas permanentes, compuesta por unas dos mil trescientas piezas de las treinta mil que posee. Esta renovación persigue varias finalidades. Una de las más importantes es poder presentar al público más piezas de la nutrida colección que, almacenadas en sus bodegas, nunca han sido expuestas. Unido a ello está planteada la adaptación de nuevos espacios expositivos dentro del propio recinto y la investigación científica de las variadas colecciones que conforman su riquísimo acervo. Con este fin, la Fundación Getty otorgó una beca destinada al estudio y catalogación de la sección de mobiliario, compuesta por más de setecientas piezas. Gracias a ella, prestigiosos especialistas, nacionales y extranjeros, como: María Paz Aguiló, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, España; el Dr. Hans Ottomeller, profesor honorario de la Universidad de Humborldt, en Berlín y la Dra. Danielle Kisluck-Grosheide, Curadora Jefe del departamento de artes decorativas del Museo Metropolitano de Nueva York, intervinieron en esta titánica labor, en la que, además, participaron expertos de la Universidad Autónoma Metropolitana, del Instituto de Investigaciones Estéticas, de la Universidad Nacional Autónoma de México y de otras instituciones. El objetivo era abrir nuevas vías de investigación, abatiendo mitos y leyendas a través de seminarios y catalogaciones con la participación de destacados investigadores y posibilitar la publicación de catálogos razonados de sus variadas colecciones clasificadas por el Departamento de Investigación del propio Museo.

El Museo Franz Mayer cuenta con variados y riquísimos géneros artísticos, entre los que destaca la pinacoteca, agrupada en dos secciones cronológicas con temas de carácter religioso y civil. La primera está compuesta por pintura europea, con obras italianas de Luca Giordano y Lorenzo Lotto, flamencas de Paul de Vos e  inglesa de Daniel Thomas Egerton, entre otros. En lo concerniente a la abundante pintura española, son admirables los trabajos de Zurbarán, Sánchez Coello, Zuloaga o Sorolla. La segunda sección, dedicada a la pintura mexicana, muestra trabajos de Juan Correa, Pedro Ramírez, Cristóbal de Villalpando, Juan Rodríguez Juárez, José María Velasco o incluso Diego Rivera.

En cuanto a la escultura, abundan las obras de carácter religioso, europeo y novohispano, con magníficos ejemplos civiles que abarcan los siglos XV al XIX, tanto en bulto redondo como en relieve. Dado que este género cuenta con pocas piezas atribuibles, las obras se agrupan, cronológicamente, por materiales y escuelas, tal es el caso de los marfiles europeos, chinos o virreinales, la piedra, la plata, la pasta de caña, el tecali o alabastro y la madera, siendo esta última la más abundante en el apartado escultórico.

La sección de mobiliario, con gran variedad de tipologías, técnicas y manufacturas, reúne piezas de los siglos XVI al XX. Es la mayor colección de mueble virreinal en México. Los muebles españoles están ampliamente representados entre los que destaca el importante grupo de escritorios y papeleras, de los siglos XVI al XIX, y al que se suman magníficos ejemplares flamencos, italianos, alemanes, filipinos y novohispanos, alcanzando las cincuenta piezas. Son abundantes también los muebles holandeses con marquetería floral y los orientales de exportación.

El aparado de platería, estudiado por Cristina Esteras, cuenta con una interesante publicación que aborda los objetos más importantes de las mil doscientas piezas, de los siglos XV al XIX, entre las que abundan los trabajos mexicanos. El acervo presenta magníficos ejemplos técnicos; fundidos, cincelados, repujados, esgrafiados, con decoraciones de filigranas y terminados sobredorados. Algunos de estos, además, poseen incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas así como esmaltes. Casi todos los objetos son de carácter litúrgico y la platería civil, en su gran mayoría, es de estilo neoclásico. Uno de los grupos más nutridos es el de la porcelana y la cerámica, con diez mil azulejos y mil seiscientas piezas. La mayólica mexicana, conocida como Talavera Poblana en alusión a los orígenes españoles de esta manufactura, abarca los siglos XVII y XIX, fundamentalmente. El Museo expone también loza española de reflejos metálicos realizada en Manises, Cataluña y Aragón en el seiscientos. El apartado oriental muestra su influencia en las manufacturas novohispanas; y los servicios de mesa europeos del siglo XIX, estampados e impresos, ejemplifican las variadas producciones inglesas, francesas y españolas de la época.

Muy destacable, dada su fragilidad, es la gran variedad de textiles que posee. En este género los tapices europeos del siglo XVI al XIX, las alfombras españolas y las prendas litúrgicas quedan opacadas ante la singular variedad de textiles mexicanos, entre los que llaman la atención del visitante los sarapes y rebozos dieciochescos y decimonónicos, así como numerosos bordados.

Dentro de este variado repertorio de las artes decorativas, son numerosas las colecciones de relicarios, cajas, monedas, cristal, joyería y trabajos en forja. Cierra esta descripción de las colecciones del Museo Franz Mayer la biblioteca Rogelio Casas Alatriste, que atesora más de catorce mil volúmenes, entre los que figuran seiscientos cincuenta del fondo reservado (entre 1484 y 1799) con incunables de gran valor. Las ediciones del Quijote suman 1,863 ejemplares; y en sus ficheros hay unos cuatro mil quinientos catálogos de subastas con gran variedad de volúmenes dedicados a las artes decorativas.

Por todo ello, este emblemático Museo se ha convertido en el referente obligado de las artes decorativas mexicanas en América, Europa y Asía situándose a la cabeza de los museos más conocidos del país. Es por ello justo rendir tributo a su creador en este momento en el que la tendencia generalizada del coleccionismo en México pone sus miras en el diseño contemporáneo, relacionando el diseño y los materiales de ejecución con la investigación de las colecciones de artes decorativas de otras épocas, como un referente sin el cual no se comprendería el arte actual.

* Especialista en Arte y Antigüedades; Restaurador de Obras de Arte, cuenta con una Maestría en Restauración de Muebles. Su trayectoria laboral abarca el mercado del arte, la restauración y los museos en los que ha coordinado, asesorado, museografiado, ambientado y curado más de medio centenar de exposiciones temporales, Fue Curador General de las salas permanentes del Museo Internacional del Barroco, Puebla y el primer Director General de la Galería de Palacio Nacional de México. Actualmente dirige la Fundación Cultural Daniel Liebsohn, A. C. En el ámbito académico, ha publicado diversos libros, artículos y ensayos, en revistas especializadas y catálogos expositivos sobre las artes decorativas novohispanas y ha impartido cursos, conferencias y diplomados en diversas instituciones educativas. Actualmente coordina el diplomado en Comunicación y Gestión Cultural en la UDLAP Jenkins Graduate School. En España participó en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Madrid y la Asociación para el Estudio del Mueble de Barcelona. Ha recibido diferentes reconocimientos a su trayectoria profesional por el CONACUITA, la Conservaduría de Palacio Nacional, así como la Orden de Isabel la Católica, en grado de Cruz de Oficial otorgada por El Rey de España.

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